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Seminario La ciudad que viene

La actividad contó con la clase magistral del antropólogo y profesor de la Universidad de San Diego, Marcel Hénaff. El expositor se refirió a la tesis que plantea en su libro "La ciudad que viene": Ya que la proporción de población urbana de todos los países, sin distinción, es actualmente de 50 %, sería tentador decir que la forma urbana ha triunfado en todas partes. Pero es esta una afirmación pertinente? Podemos decirlo sin abusar del idioma y sin admitir que no entendemos nada de lo que ha sido la ciudad desde hace milenios, de lo que fue la lógica de su aparición y expansión, de lo que probablemente es la ciudad todavía?

Con una gran participación de público se realizó el seminario aniversario de los 10 años del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), cuyo objetivo fue reflexionar sobre los desafíos políticos y sociales de la ciudad contemporánea desde una perspectiva antropológica.

La actividad contó con la clase magistral del antropólogo y profesor de la Universidad de San Diego, Marcel Hénaff. El expositor se refirió a la tesis que plantea en su libro "La ciudad que viene": Ya que la proporción de población urbana de todos los países, sin distinción, es actualmente de 50 %, sería tentador decir que la forma urbana ha triunfado en todas partes. Pero es esta una afirmación pertinente? Podemos decirlo sin abusar del idioma y sin admitir que no entendemos nada de lo que ha sido la ciudad desde hace milenios, de lo que fue la lógica de su aparición y expansión, de lo que probablemente es la ciudad todavía?.

A partir de estas preguntas, el expositor desarrolló su obra acerca del sentido de la ciudad. Si en el momento en que nos parece que el mundo deviene ciudad, la ciudad deja de ser un mundo, es porque, aunque ella fue, desde sus comienzos, monumento (imagen del mundo), máquina (sistema de producción) y red (dispositivo de circulación), la exacerbación de estas dos dimensiones en detrimento de la primera ha significado un distanciamiento cada vez mayor entre el citadino y el ciudadano. A través de un recorrido que va desde Creciente Fértil y Mesopotamia hasta las actuales metrópolis, Hénaff sostiene que el sentido del espacio construido solo puede ser el del espacio común, ese que resiste el movimiento que va de lo monumental a lo virtual y se encuentra en los lugares donde se conserva la vida de barrio, esos que nos dan la certitud de que la ciudad es nuestro lugar de residencia en la Tierra.

La ciudad, dice el filósofo y antropólogo francés, debe ser el lugar de la vida compartida: el espacio de encuentros, experiencias comunes, intercambios y tradiciones, que permiten la vida en sociedad. Este ideal, sin embargo, se encuentra tensionado en las urbes modernas, donde las ciudades chilenas no son la excepción. Para Hénaff, uno de los problemas cruciales que debe enfrentar la ciudad moderna es haber dejado de ser el espacio público por antonomasia, entendiendo lo público como aquello que es común a todos. Esta tensión se hace más patente en aquellas ciudades, las megalópolis, cuyos altos grados de fragmentación dificultan la existencia de espacios compartidos donde los ciudadanos se encuentren como iguales. En efecto, la profunda segmentación y segregación de nuestras ciudades, muy particularmente en el caso de Santiago, que en las últimas décadas ha sufrido un crecimiento ilimitado e inorgánico, ha reducido de modo dramático su capacidad de integración.

La experiencia de la “ciudad archipiélago”, como la denomina el autor, parece ser radicalmente distinta para los habitantes de un sector y otro de ella. El acceso a servicios básicos, espacios verdes y de recreación, seguridad, conectividad, entre otros, nos habla de una “geografía de oportunidades” distribuida de modo marcadamente desigual. Esto se traduce en muros materiales y simbólicos que generan vidas desvinculadas, con intereses, preocupaciones, necesidades y anhelos muy distintos, y donde la posibilidad de encuentro y de contacto presencial con el otro en cuanto igual se reduce al mínimo. Sólo el reconocimiento mutuo es capaz de concitar y reproducir redes y normas de solidaridad, reciprocidad y confianza generalizadas que sostienen y cohesionan a las comunidades.

Desde luego, no se trata de caer en nostalgias por un supuesto pasado idílico, ni tampoco de asumir a priori soluciones simplistas que poco contribuyen de cara a nuestras dificultades. El punto es notar que la ciudad está llamada a ser el “lugar de la vida compartida”. Y eso de algún modo debe expresarse en su organización urbana, en sus límites, en su arquitectura, en el tamaño y cantidad de sus calles y sus plazas.

El expositor no sólo nos ayuda a captar el problema, sino que también nos da algunas pistas para enfrentarlo, con vistas a que la ciudad pueda reflejar la idea de un bien común que apreciamos de manera totalmente desinteresada, un espacio construido para todos, para nuestros sentidos, para nuestros ojos, para esa exigencia y ese placer sentidos de que ser citadinos en ese espacio es ser también ciudadanos.